Estas dietas permiten identificar reacciones adversas a ciertos alimentos, pero aplicarlas sin guía médica puede afectar el diagnóstico y la salud general.
Las dietas de eliminación se han vuelto una herramienta fundamental para diagnosticar alergias e intolerancias alimentarias, pero su mal uso puede generar graves consecuencias. Así lo señaló Paula Contreras, nutricionista y académica de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad de Talca, quien advirtió sobre la necesidad de realizarlas con apoyo profesional.
Estas dietas consisten en retirar temporalmente ciertos alimentos sospechosos de causar reacciones adversas. “Entre los más comunes están la caseína, presente en la leche de vaca, y el gluten, que se encuentra en cereales como el trigo, centeno y cebada”, explicó Contreras. Sin embargo, realizar estos cambios antes de un diagnóstico clínico puede alterar los resultados, especialmente en enfermedades como la celiaquía.
La experta recalcó que es clave distinguir entre alergia e intolerancia. “La alergia genera una respuesta inmunológica que puede afectar piel y vías respiratorias, mientras que la intolerancia se manifiesta a nivel gastrointestinal”, puntualizó.
El proceso debe incluir un registro detallado de la alimentación diaria, lo que permite asociar síntomas con alimentos específicos. “Si no registramos bien lo que comemos y cuándo lo hacemos, podemos terminar culpando al alimento equivocado”, advirtió.
Respecto a los plazos, una dieta de eliminación debe realizarse por al menos dos semanas, seguida de una reintroducción gradual y controlada. En casos como la alergia infantil a la caseína, la reintroducción debe realizarse seis meses después y bajo estricta supervisión médica.
Finalmente, la nutricionista alertó sobre los riesgos de aplicar estas restricciones por cuenta propia. “Pueden provocar déficits nutricionales, sobre todo cuando se excluyen grupos completos como legumbres, frutos secos o frutas sin justificación”, concluyó.