Viernes, Junio 6, 2025
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La funcionalidad y la felicidad en las personas mayores: una mirada integradora hacia el bienestar

Miguel Alejandro Bustamante-Ubilla. Facultad de Economía y Negocios, Universidad de Talca.

A lo largo del ciclo vital, las personas construyen una historia singular, tejida con aprendizajes, relaciones significativas y experiencias que otorgan sentido a su presente. En ese recorrido, llegar a la adultez mayor con la capacidad de caminar por la ciudad, recorrer un parque, visitar a los nietos o simplemente pasear por el barrio, representa mucho más que una condición física. Estas actividades son expresión de dignidad, libertad, continuidad de un proyecto personal y, sobre todo, de funcionalidad.

La funcionalidad puede definirse como la capacidad de una persona para desenvolverse autónomamente en su entorno. Este concepto, que abarca desde las actividades básicas de la vida diaria hasta la participación social activa, es clave para comprender el bienestar en la vejez. Estudios recientes realizados en la Región del Maule han demostrado que la funcionalidad tiene un efecto directo y significativo, estimado en un 17 %, sobre la percepción de felicidad en personas mayores. Este dato refuerza la necesidad de seguir avanzando en acciones que promuevan entornos inclusivos, saludables y respetuosos, tanto desde la política pública como desde la acción comunitaria.

Desde el campo de la psicología, se reconoce que la felicidad es un componente central del bienestar subjetivo. Este se entiende como la evaluación que cada persona realiza de su experiencia de vida, influida por su autopercepción, sus emociones y su grado de satisfacción con la vida. En este sentido, conservar la funcionalidad permite a las personas mayores sentirse útiles, capaces y conectadas con su entorno, lo que potencia su autoestima y confianza personal. La autonomía y la independencia que surgen de una funcionalidad conservada se traducen, entonces, en mayor bienestar emocional y calidad de vida.

Por el contrario, cuando la funcionalidad se ve limitada, surgen implicancias que pueden afectar profundamente la autoestima, la percepción de futuro y el equilibrio emocional. La pérdida de esta capacidad puede conllevar sentimientos de inseguridad, dependencia o aislamiento, reduciendo la satisfacción personal e impactando negativamente en la calidad de vida. Es importante comprender que el deterioro funcional no solo tiene efectos en el plano físico, sino que también incide en el bienestar cognitivo, afectivo y social.

Por esta razón, el bienestar en la vejez debe abordarse desde una mirada integral. Sentirse bien en esta etapa de la vida no depende exclusivamente de la salud física, sino también de la salud emocional, de los vínculos significativos y de la posibilidad de seguir participando activamente en la vida comunitaria. La funcionalidad, entonces, actúa como un factor protector que fortalece la autoestima, el sentido de utilidad y la percepción de una vida con propósito.

En muchos casos, la felicidad se construye como el resultado del equilibrio entre las capacidades personales, las emociones y las condiciones del entorno. Para muchas personas mayores, este equilibrio se manifiesta en la posibilidad de afirmar con serenidad: “Estoy bien con mi vida”. Esta afirmación, simple en apariencia, encierra un profundo significado de aceptación, satisfacción y armonía.

En la medida en que se promuevan condiciones que favorezcan la movilidad, la accesibilidad, el acceso a servicios de salud y la participación social, se estarán generando oportunidades para preservar esa funcionalidad tan necesaria. Esto exige también un compromiso interinstitucional para acompañar a las personas mayores en sus proyectos de vida, reconociendo su historia y su aporte a la sociedad. Por otro lado, es importante destacar que los avances en tecnología y en condiciones sociales han contribuido a mejorar los estándares de vida, permitiendo que muchas personas mayores se mantengan activas, conectadas y emocionalmente plenas. En este contexto, la funcionalidad se convierte en un puente entre el bienestar individual y la participación social, entre la independencia cotidiana y el sentido de pertenencia comunitaria.

En resumen, la funcionalidad no es solo una condición física, sino un concepto profundamente humano que articula independencia, dignidad y bienestar. Promoverla es una forma concreta de proteger la felicidad, la calidad de vida y el derecho de cada persona a vivir con plenitud. Acompañar a las personas mayores en esta etapa implica también construir una sociedad más inclusiva, empática y justa, que valore la experiencia acumulada y que promueva, en cada gesto cotidiano, el respeto y la alegría de vivir.

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