Lunes, Junio 30, 2025
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Verdadera autonomía: El desafío de respetar a nuestros mayores

Prof. Francisca Adriazola Díaz, Escuela de Enfermería, Facultad de Ciencias de la Salud, Centro de Longevidad VITALIS, Universidad de Talca.

Les propongo un ejercicio simple, pensando en que la mayoría de nosotros bordea los  cuarenta a sesenta “y tantos”: recordemos la última vez que consultamos la opinión de nuestros padres antes de tomar una decisión que les afectaba directamente. Probablemente, tendremos muchas razones para justificar por qué el “sí” o “no” final fue enteramente nuestro. Este escenario no es nuevo: vivimos en una sociedad que envejece, lo que conlleva una compleja gama de dependencias, recursos y, por supuesto, una “fauna” de hijos e hijas que buscan (o no) el bienestar de sus mayores. El contexto nos presenta un camino, que como hijos e hijas transitamos sin percatarnos de las encrucijadas. La incertidumbre sobre si preguntar o no, hacer o no, ocultar o no, se sumerge en una escala de grises que puede confundirnos. La tentación de decidir por ellos es grande y, a veces, optamos por lo más cómodo: “yo decido por él (o ella)”.

En un intento por aclarar esos matices, quisiera proponer tres acciones para respetar y promover la autonomía de las Personas Mayores, lecciones que he intentado aplicar en mi propia experiencia como hija: En primer lugar, propongo que guardemos en el bolsillo el edadismo (forma de pensar, sentir y actuar con respecto a los demás o a nosotros mismos por razón de la edad – Organización Mundial de la Salud). Bregar en contra de este nuevo concepto implica, por ejemplo, sostener una conversación honesta con nuestros mayores sobre sus voluntades anticipadas: ¿qué desean ante una enfermedad que requiera hospitalización, procedimientos invasivos?, o incluso sobre temas tan sensibles como el final de la vida, compromisos financieros o bienes inmuebles. Pese a la carga emocional de estos temas, sus respuestas nos permitirán transitar esos escenarios con paz y seguridad, acompañándolos y devolviéndoles el poder (que siempre ha sido suyo) para decidir sobre lo que consideren mejor para sí mismos.

En segundo lugar, quiero destacar algo tan o más valioso que reconocer el poder del otro: la compañía. La Real Academia Española señala que “compañía” significa “junto con el pan” (del latín ad cum panis), haciendo referencia a compartir la comida. Como individuos de una sociedad, no solo compartimos el alimento, sino la vida, las experiencias, las emociones; en fin, todo. Podemos ofrecer nuestra compañía como una especie de testigo; estar presentes sin intervenir, por ejemplo, en la consulta médica, en la compra, en sus elecciones, y solo ofrecer nuestras opiniones o “ayuda” cuando nos las solicitan.

Finalmente, algunas ideas prácticas: incluyamos sus nombres en la próxima lista de invitados a una celebración familiar, practiquemos la presencia presente al escuchar no solo con los oídos, sino también con las manos, con el cuerpo, dejando de lado los celulares, la televisión u otra distracción. Propongámosles una conversación desafiante. Compartamos tiempo juntos, disfrutando de la convivencia de distintas generaciones en el mismo espacio.

La verdadera autonomía es un derecho, claro está. Pero, por encima de todo, es un mandato ético que nos llama a construir veredas, caminos y puentes que nos permitan conocer al otro, confirmar con nuestras acciones u omisiones su derecho a elegir sobre sí mismo. Juntos, hagamos de este presente un espacio que busque y promueva el bienestar de todos y todas, sin importar cuántos años se tenga en la piel.

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