Jorge Navarrete. Doctor en Procesos Sociales y Políticos. Magíster en Gerencia y Políticas Públicas. Académico de la Universidad de Talca.
Leyendo al filósofo contemporáneo estadounidense, Richard Rorty, que no necesariamente era un esencialista, aunque tampoco un universalista contumaz -pero si historicista- enfatizando en la contingencia del “yo” o en la contingencia de la conciencia, que el ser humano se define a sí mismo y, con ello, se va creando sin que exista ningún elemento externo que lo constituya de forma a priori.
Ello, no dejó de ser intelectualmente algo provocador para un universalista kantiano, hegeliano, progresista y modesto seguidor de los filósofos de la Escuela de Frankfurt, como el que escribe.
Sin embargo, empecé a encontrar puntos de conexión con Rorty y su aplicación en las personas que conocía respecto de los valores y su praxis consecuente en la realidad cotidiana, y respecto de acontecimientos históricos que hoy nos abruman.
Partamos por establecer que desde el punto inicial de Rorty, el universalismo sería: la afirmación de ciertos contenidos normativos cuya validez reivindicamos con prescindencia del contexto, independiente de quien los profiere. Por ejemplo, si yo creo que los Derechos Humanos son universales los creo cualquiera sea el contexto cultural.
En mi modesto parecer, sería así como se dijo -siguiendo a Hegel- pues todo universalismo se afirma desde una particularidad, porque nadie vive en la universalidad (esto es un equívoco) nadie dice yo vivo en la universalidad pues lo que realmente acaece es que yo, viviendo desde la particularidad en que me despliego, puedo afirmar la universalidad; y si alguien me dijera: tu no puedes decir eso porque tu punto de partida es particular; entonces no podríamos siquiera dialogar, porque el lenguaje es también particular, los conceptos, la experiencia son particulares, esto está en Kant.
Ello explica lo que acaece hoy, la falta de dialogo, de búsqueda de criterios a concordar para encontrar soluciones al desencuentro, la confrontación, la guerra o el genocidio. Por eso se impone la demagogia, el fanatismo, el populismo, la mentira, y la posverdad que inunda las redes sociales.
Ello en un contexto en que existen, además, al menos dos maneras de concebir el universalismo, que es el objeto de la crítica de Rorty:
A.- Algunos plantean que existen principios o normatividades (valores) aplicables a todos, independientes del contexto, cuya validez es una realidad sustancial con la que podemos compararlo; o sea hay Derechos Humanos -por ejemplo- y los tenemos porque hay una realidad no empírica que es la dignidad humana que proviene porque somos hijos de dios…; es la idea del espejo de la naturaleza de que habla Rorty. Yo pienso que esto -respetuosamente por los creyentes- hay que descartarlo.
B.- Empero hay otra manera de sostener nuestras pretensiones de universalidad. Que, es decir: yo creo en estas pretensiones porque están suficiente justificadas ante la audiencia en la que hablo, que es lo que dice Rorty. Por ejemplo, yo puedo decir que creo es verdad que tenemos igualdad entre nosotros los seres humanos, y que la democracia es valiosa, porque soy capaz de justificar estos enunciados ante una audiencia que comparte conmigo el mismo lenguaje, aunque no compartamos las mismas experiencias. Y esto si lo admite Rorty, quién no descree en este universalismo epistémico; él descree en un universalismo fundado en realismo moral que es algo distinto.
Porque en filosofía se puede decir, en términos muy simples, y a costa de ser reduccionista, dos concepciones acerca de la verdad, que bien lo describe Carlos Peña así:
1º Para Aristóteles hasta Tomas de Aquino, la verdad lo explican como sigue: un enunciado es verdadero si coincide con la realidad a la que se refiere; luego para hablar yo de verdad debo probar una cuestión ontológica que hay una realidad comparada con la cual, si hay coincidencia, digo que mi enunciado es verdadero; o de lo contrario, digo que es falso. Esa es la concepción de la verdad como adecuación: del “intelecto a la cosa”.
2º La otra concepción de la verdad es la que aseveran Habermas, William James y Rorty, entre otros, es la conocida como la concepción epistémica de la verdad, que dice que: un enunciado es verdadero si está suficientemente justificado… y no cabe duda si quienes compartimos un mismo lenguaje podemos justificar alguna de nuestras acepciones, su universalidad. Y en eso, yo creo que Rorty está de acuerdo.
En definitiva, lo normativo o es universal, o no es normativo. Efectivamente, si alguien dice -por ejemplo- el aborto es malo; y usted le pregunta: ¿es malo en absoluto o malo para usted?, y el responde es solo malo para mí: ello es una preferencia, y no una regla normativa, de principio o ética. Es decir, sostener normas es entrañar universalidad. Decir que hay normas que solo valen para mí, eso no son normas, esa es una preferencia, donde el que preferencia pretende situar el deseo como medida del valor, y no el valor como medida del deseo: craso error. Por tanto, la praxis de sujetos que obran pulsionados por preferencias, y no por valores morales, fulminan la convivencia, erosionan las instituciones, degradan la democracia, menoscaban la Humanidad.