Martes, Julio 15, 2025
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Política y ciudadanía: el vínculo que define el futuro

PhD. Rodrigo Ignacio Berrios Rojas. Académico y miembro de la Sociedad Española de Pedagogía (SEP)

La relación entre política y ciudadanía es altamente relevante en un momento de incertidumbre. No se trata solo de votar de vez en cuando, sino de sentir que la política sirve para cambiar realidades y que la ciudadanía es el motor que hace posible este cambio. La falta de interés o comunicación por parte de uno o ambos no solo resulta en un deterioro de la voluntad democrática, sino que también proporciona las condiciones para el crecimiento del autoritarismo, la corrupción y la inmovilidad social.

No es un título de ciudadanía heredado o de adultez. Ser ciudadano significa ejercer derechos y, asimismo, asumir deberes. Se trata de estar informado, cuestionar, involucrarse y responsabilizar a quienes están en el poder. Pero ser ciudadano significa que hemos renunciado a nuestra posición en términos de decepción ilusoria, confusión informativa, nada más que hacer o cambiar. En tal orden, la política es un espectáculo lejano, la provincia privada de aquellos que indudablemente se benefician mientras están en el poder.

¿Es culpa de los ciudadanos? La respuesta es no. Los partidos políticos, los principales canales de representación, no han hecho nada para contactar a la gente, para rejuvenecer sus costumbres, para hablar a las nuevas generaciones.

Con demasiada frecuencia, han estado obsesionados con el poder como un fin en sí mismo, en lugar de como un medio para representar al colectivo y forjar una concordia.

El descontento político que tenemos en grandes territorios sociales responde a promesas no cumplidas, liderazgos que se miran al espejo y circuitos cerrados incapaces de renovarse o de dialogar verdaderamente. En estas circunstancias, no es de extrañar que cada ciudadano: a) deba encontrar alternativas – b) experiencia de la indiferencia. Y es precisamente en este vacío donde emergen el populismo, los discursos superficiales y las soluciones mágicas que más bien empeoran los problemas.

¿Está todo perdido? Evidentemente no, ya que en medio de la desilusión, también hay signos de esperanza. Movimientos sociales, colectivos ciudadanos, jóvenes activistas, incluso plataformas digitales están uniendo las piezas políticas. Este tipo de participación (dispersa y desorganizada) es evidencia de que la política aún existe y es un proceso en devenir constituyente.

Ahora solo se necesita voluntad para transformarla, donde partidos, miembros e ideologías se abran para incorporar nuevas voces para mantener un ojo en los votantes que son ciudadanos con infinitas necesidades y ganas de participar en la construcción de un proyecto de vida.

No se logra nada con arrogancia, pero lo importante es escuchar, explicar y, sobre todo, dialogar. Rendir cuentas, moral, ética, transparencia, control, etc. no deben ser solo un eslogan publicitario, sino una tarea diaria, algo que vaya más allá de los anuncios de campaña.

Entonces, ¿los ciudadanos deberían involucrarse más? La respuesta no es tan clara cuando vemos que todo se desmoronó después del estallido social.

Participar en política no es solo un derecho, es un deber, estar informado, discutir, preguntar, exigir, involucrarse, participar en iniciativas civiles; este es el poder ciudadano. Más poder del que uno podría imaginar.

Las redes sociales, por ejemplo, han ampliado el rango de expresión posible, pero también han dado lugar al ruido, la polarización y la desinformación. Por eso es importante que los ciudadanos ejerzan su pensamiento crítico, que vayan más allá del titular, que no se queden con su indignación inmediata. No construimos política desde selfies o memes; la construimos desde ideas, desde datos reales, desde la acción sostenida y, obviamente, desde la participación.

¿Podemos reconstruir la confianza? No lo sé, pero lo que sí sé, es que los partidos políticos necesitan volver a sus raíces; a la lucha incansable por los problemas de todos y no solo de unos pocos. Ninguna democracia funciona sin ciudadanos dedicados, ni sin líderes responsables. Ambas perspectivas son necesarias para evaluar, gestionar y asumir responsabilidades.

La historia lo demuestra: los grandes avances sociales no fueron producto de élites ilustradas, sino de pueblos organizados que lucharon por cambios y que tenían el sentido de un colectivo fuerte. Por una vez, la política y la ciudadanía deben ir de la mano, más que el beneficio personal, ese es el principal y primer desafío: no dividir, sino reconectar, no subvertir sino fortalecer y renovar el compromiso mutuo. No es fácil ni rápido, pero sí necesita hacerse, porque el país pronto definirá su liderazgo para el futuro de nuestros beneficios sociales, derechos, deberes y más. Porque cada uno de nosotros es parte de ello.

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