Daniela Vilches Díaz, Arquitecta. Escuela de Arquitectura, Facultad de Arquitectura Música y Diseño. Centro de Longevidad Vitalis. Universidad de Talca.
La Once es un documental íntimo y cuidadosamente tejido que retrata los encuentros periódicos de un grupo de mujeres mayores —excompañeras de colegio— que, como un ritual de resistencia, se reúnen a tomar el té en un departamento de Santiago. En ese pequeño espacio doméstico, Maite Alberdi entrelaza con sutileza los hilos del tiempo, la fragilidad de la memoria y la fuerza persistente de los lazos afectivos en la vejez.
Lejos de una mirada lastimosa o caricaturesca, el documental humaniza profundamente a sus protagonistas, mostrándolas como mujeres que, pese a la edad, conservan su carácter, humor, contradicciones y deseos. La edad no las ha despojado de voz ni de pensamiento: en cada conversación, en cada pausa y en cada gesto, se reafirma una identidad que persiste más allá del deterioro físico. La vejez femenina es aquí territorio de sabiduría, pero también de deseo, de contradicción, de pensamiento político y de memoria emocional.
A nivel estético, la cámara de Alberdi evita el juicio o la distancia condescendiente. Los primeros planos, la intimidad del espacio, y la observación paciente permiten que las mujeres hablen desde sí mismas, sin necesidad de ser explicadas.
Uno de los ejes más potentes del documental es la memoria compartida. La memoria se vuelve entonces coral: lo que una olvida, otra reconstruye; lo que se desvanece en la mente, se recupera en la voz de la otra. Así, la conversación no solo rememora el pasado, sino que sostiene el presente. En cada encuentro, las protagonistas reafirman que siguen aquí, existiendo, sintiendo, pensando.
Alberdi sugiere que en la repetición del ritual —reunirse, conversar, recordar— las protagonistas logran afirmarse frente al olvido, no solo como acto mental, sino como afirmación de existencia. Incluso cuando una de ellas fallece, el grupo continúa el rito, reafirmando su valor como práctica de vida.
Aunque gran parte del filme transcurre en un espacio cerrado (el departamento donde se toma la once), la ciudad —Santiago— está presente de forma constante, casi fantasmal. La vemos desde la ventana, en los ruidos de fondo, en las calles que algunas de ellas ya no pueden recorrer solas. La ciudad se vuelve un espacio que ha cambiado, que a veces ya no reconocen o no habitan plenamente.
En este sentido, la ciudad es tanto un escenario como un símbolo: ha seguido su curso, se ha modernizado, ha dejado atrás a estas mujeres. Pero también es un lugar de referencia emocional, donde ocurrieron sus historias, amores, fracasos, y donde todavía intentan sostener su lugar. La relación entre las protagonistas y la ciudad revela el desfase entre el tiempo subjetivo del envejecimiento y el ritmo de la ciudad. La ciudad actual, dominada por la productividad, la movilidad y el consumo, no tiene lugar para cuerpos lentos, ni para ritmos pausados.
El documental no solo celebra la ternura y la lucidez de la vejez; también denuncia, con delicadeza, pero con firmeza, una ciudad que no escucha a sus mayores, que avanza sin mirar atrás. En su aparente sencillez, La Once nos recuerda que no solo envejecen los cuerpos, sino también los espacios. Y que una ciudad que olvida a quienes la habitaron está, quizás, olvidándose también de sí misma. La once. Maite Alberdi 2014.
