Daniela Vilches Díaz, Arquitecta. Escuela de Arquitectura, Facultad de Arquitectura Música y Diseño. Centro de Longevidad Vitalis. Universidad de Talca.
En los últimos años, distintas investigaciones han confirmado algo que los adultos mayores en Talca ya saben de memoria —y de tropiezos—: el estado de las veredas influye directamente en su salud y bienestar. Un reciente estudio publicado en la revista Sustainability (Li, J., Zhang, X., Wang, Y., & Chen, L. (2024). A study on the impact of street environment on elderly walking) destaca que elementos como el ancho, la textura y la nivelación de las aceras, así como la presencia de sombra, áreas verdes y servicios cercanos, determinan si las personas mayores se sienten seguras y motivadas para caminar. En otras palabras, una vereda en buen estado no solo conecta espacios, sino que también sostiene la calidad de vida de quienes la recorren.
En Talca, sin embargo, la partitura urbana se toca en otra clave. Basta recorrer sectores residenciales, barrios antiguos o incluso calles céntricas para encontrarse con la sinfonía de baldosas sueltas: notas disonantes compuestas de desniveles, grietas y adoquines que parecen coreografiar un baile de equilibrio forzado. Para un adulto mayor, cada uno de estos obstáculos no es un detalle menor: representa un riesgo real de caída, con consecuencias que pueden derivar en fracturas, pérdida de autonomía y, en demasiados casos, un progresivo aislamiento social.
Caminar la ciudad debería ser un acto sencillo, casi natural. Pero en Talca, se ha convertido en un desafío diario. Y no hablamos solo de seguridad física, el contacto con el exterior pasear por una plaza, saludar a un vecino, observar cómo late la ciudad ayuda a reducir síntomas de depresión y ansiedad, reforzando la sensación de pertenencia y vitalidad.
Es cierto que la ciudad ha impulsado algunos proyectos de mejoramiento. Son avances, sin duda, pero se parecen más a parches en una partitura desafinada que a una verdadera composición urbana coherente. La magnitud del problema, lamentablemente, es mucho mayor: miles de metros cuadrados de veredas permanecen deterioradas, muchas veces invadidas por autos mal estacionados o abandonadas al descuido.
Pensar en Talca con superficies caminables, accesibles y seguras puede sonar utópico. Pero no lo es. Si aceptamos que la ciudad contemporánea está pensada para autos, ciclistas y buses, ¿por qué seguimos relegando a quienes caminan los más vulnerables, pero también los más constantes a un segundo plano? Una ciudad que se proclama inclusiva no puede seguir tratando las veredas como un detalle secundario de la planificación urbana.
¿Está Talca preparada para ser una ciudad amigable con sus mayores? Hoy, la respuesta sigue siendo no. La música urbana de nuestras calles no es el bullicio de la vida comunitaria, sino el crujido de baldosas flojas y el eco de pasos inseguros. Esa es una melodía innecesaria, que habla más de negligencia que de modernidad.
Invertir en veredas seguras y espacios públicos accesibles no es un gasto: es una apuesta por la salud pública, la cohesión social y la calidad de vida. Talca aún tiene la oportunidad de cambiar la partitura. Que nuestras veredas no sigan siendo trampas camufladas, sino caminos que permitan que la ciudad, finalmente, se viva paso a paso.