Dr. Alejandro Ceriani Bravo. Geriatra Fundación Las Rosas.
En Chile se ha instalado con fuerza el debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido.
Se presentan como actos de compasión frente al sufrimiento, como una manera de
devolver dignidad a la persona cuando ya no hay posibilidades de curación. Sin
embargo, esta visión simplifica en exceso la complejidad del proceso de morir y deja en
la sombra una alternativa que la medicina y la bioética reconocen como más humana,
más justa y compasiva como son los cuidados paliativos.
La Organización Mundial de la Salud define los cuidados paliativos como un enfoque
que mejora la calidad de vida de pacientes y familias que enfrentan enfermedades
potencialmente mortales, mediante la prevención y alivio del sufrimiento a través de la
identificación temprana y el tratamiento de diferentes problemas físicos, psicosociales y
espirituales. En la práctica clínica, esto significa que existen intervenciones eficaces
para controlar el dolor, la dificultad respiratoria y la mayoría de los síntomas.
Analizar la eutanasia desde los principios de la bioética (Beneficencia, no maleficencia,
justicia y autonomía), permite comprender por qué no constituye la respuesta más
legítima. El principio de beneficencia exige procurar el bien de la persona, lo que no
puede confundirse con suprimir su existencia, sino con aliviar el dolor y brindar apoyo
integral. Diferentes sociedades de cuidados paliativos recuerdan que “el deber médico
no es provocar la muerte, sino procurar el mayor bienestar posible en la vida restante”.
El principio de no maleficencia, sintetizado en la frase del juramento hipocrático “primum
non nocere” (primero, no dañar), se ve vulnerado cuando la acción médica se orienta a
causar la muerte, pues se trata del daño más radical posible. Por su parte, el principio
de justicia, obliga a proteger a los más vulnerables. Legalizar la eutanasia en un
contexto donde las personas mayores, las personas dependientes o los enfermos
crónicos muchas veces se sienten una carga, puede convertirse en un incentivo para
que opten por desaparecer. Finalmente, el principio de autonomía, aunque es un valor
esencial, no es absoluto ni se ejerce en el vacío. Una persona que decide morir desde
el dolor no tratado, la soledad o la desesperanza no está decidiendo libremente. La
verdadera autonomía se ejerce cuando existen alternativas reales y estas solo existen si
se garantiza el acceso universal a cuidados paliativos de calidad.
El contraste entre la muerte natural y la muerte inducida es también ilustrativo. La
muerte natural, acompañada de un buen manejo de síntomas y un entorno de cuidado,
permite a la persona despedirse, reconciliarse, expresar afectos y ser acompañado
hasta el final. Es un proceso de cierre que, aunque doloroso, puede vivirse con
serenidad.
La verdadera compasión no consiste en poner fin a la vida de quien sufre, sino en no
dejarlo solo en su dolor. La respuesta ética y humana es el cuidado, no la eliminación.
Plantear primariamente alternativas a la eutanasia no significa un acto de insensibilidad,
sino enfrentarlo con ciencia, ética y humanidad. Apostar por los cuidados paliativos es
afirmar que cada vida, incluso en la fragilidad, tiene valor hasta el último instante. Lamuerte es parte de la vida y puede afrontarse con sentido, especialmente cuando existe
un sistema de salud y una comunidad dispuestos a acompañar.
En definitiva, el principal desafío para Chile no debiera ser legalizar la muerte
provocada, sino garantizar una real cobertura universal de cuidados paliativos, de
modo que cada persona pueda vivir la última etapa de su vida con dignidad.