Ma. Angélica González Bravo. Escuela de Nutrición y Dietética, Facultad de Ciencias de la Salud. Centro de Longevidad Vitalis. Universidad de Talca.
En una sociedad que envejece rápidamente, como la chilena, hablar del bienestar de las personas mayores no es una opción, sino una necesidad urgente. Sin embargo, hay aspectos esenciales que aún permanecen en segundo plano, como el vínculo entre el comportamiento alimentario y la salud mental en esta etapa de la vida.
A menudo, al referirnos a la nutrición de las personas mayores, pensamos solo en requerimientos calóricos, osteoporosis o pérdida de masa muscular, pero rara vez nos detenemos a pensar en cómo viven la experiencia de alimentarse. ¿Comen con gusto? ¿Lo hacen en compañía? ¿La comida les sigue dando placer? ¿O simplemente comen por rutina, o incluso dejan de hacerlo?
Diversos estudios han demostrado que la depresión, ansiedad, soledad y el deterioro cognitivo tienen una fuerte relación con cambios en los patrones alimentarios. La falta de apetito o el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados no siempre responden a una mala educación nutricional, sino a carencias emocionales, duelos no superados, aislamiento social o enfermedades neurodegenerativas en curso.
Frente a esto, la alimentación consciente (o mindful eating) surge como una herramienta de gran valor. Esta práctica invita a prestar atención plena al acto de comer, reconectando con las señales internas de hambre, saciedad y con las emociones asociadas al momento de la comida. En las personas mayores, esto puede significar recuperar el placer de comer, reducir la ansiedad, mejorar la digestión y también reencontrarse con su cuerpo y sus emociones.
Incorporar momentos de alimentación consciente en comedores comunitarios, residencias o incluso en la atención individual puede transformar la experiencia de comer en una oportunidad de autocuidado, conexión emocional y presencia. Comer con atención es también respetarse y reconectarse, dos necesidades urgentes en la vejez.
En Chile, más del 20% de las personas mayores vive sola, y muchas de ellas enfrentan la cocina como una tarea vacía, sin el componente social ni afectivo que alguna vez tuvo. Esto lleva a omitir comidas, abusar de alimentos de fácil preparación y bajo valor nutritivo, o incluso a cuadros de desnutrición o malnutrición por exceso.
Es fundamental que desde las políticas públicas y los equipos de salud dejemos de tratar la alimentación como un acto exclusivamente físico, y la comprendamos como una expresión del estado emocional. Educar en alimentación consciente, acompañar en los procesos de duelo y fomentar espacios comunitarios donde cocinar y comer sean actos de encuentro puede marcar una diferencia sustancial.
Cuidar la salud mental de las personas mayores también es preocuparse por cómo, con quién y por qué comen. La comida no es solo un acto meramente físico; es también un reflejo del estado emocional, un puente para mantener viva la conexión con la vida y con otros.
