Miguel Cruz Cubillos. Director de Formación e Identidad. Santo Tomás Talca.
En esta Navidad, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, que vino al mundo para revelarnos la verdadera vocación de la humanidad. En medio de un tiempo convulso, donde la violencia y los conflictos parecen haberse vuelto cotidianos, donde la duda se disfraza de verdad única, la justicia se ve obstaculizada por intereses particulares, y el éxito se mide más por likes en redes sociales que por logros reales o títulos académicos, nos encontramos con una sociedad que a menudo margina a los más vulnerables: los niños son vistos como una molestia, los ancianos como un estorbo y los migrantes como una amenaza. A esto se suma un fin de año dominado por el consumismo desenfrenado, que nos aleja de lo esencial.
San Tomás de Aquino nos invita a mirar la Navidad no solo como una tradición cultural, sino como una profunda unión entre lo divino y lo humano. Esta unión nos llama a restaurar nuestra humanidad a través de la bondad, la justicia y, sobre todo, la sabiduría. Es un camino seguro para reencontrarnos como familia humana y reconocer que todos formamos parte de un mismo proyecto de amor.
La Navidad es, ante todo, un recordatorio de humildad y una llamada urgente a la solidaridad. La humildad divina se manifiesta en el nacimiento de Jesús en un humilde pesebre, pero va mucho más allá: Dios asume nuestra naturaleza humana para recordarnos que cada persona está llamada a un proceso de perfeccionamiento constante. Somos invitados a sacar lo mejor de nosotros mismos en favor del bien común, convirtiéndonos en protagonistas y agentes de cambio que el mundo necesita.
Como dice Santo Tomás de Aquino: «El Hijo unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, hecho hombre, nos hiciera dioses» (S. Th. III, q. 1, a. 2). Estas palabras nos confrontan con una verdad transformadora: estamos llamados a una humanidad elevada, construida sobre valores que nos lleven a ver al otro no como enemigo, sino como hermano. Con todo esto, la solidaridad no es una idea abstracta; es un imperativo concreto que exige acción colectiva y empática. Dios se solidariza con nuestro sufrimiento al hacerse uno de nosotros, y nos interpela a hacer lo mismo: mejorar nuestras relaciones, promover la justicia y practicar la fraternidad con cada una de las personas que nos toca compartir, en la familia, amigos y trabajo.
El nacimiento de un Niño Dios nos recuerda que cada uno debe ser el remedio contra el narcisismo de nuestra época. En un mundo marcado por la inteligencia artificial, la polarización social y el individualismo extremo, esta fiesta nos invita a despertar lo verdaderamente humano que llevamos dentro. Nos llama a asombrarnos nuevamente por la grandeza de nuestra especie, a usar responsablemente de la facultad intelectiva que nos distingue, para cuidar el planeta y a quienes la habitamos, y a no dejar de soñar con creatividad para ver cada día es una oportunidad nueva para hacer las cosas mejor, para todos.
Esta Navidad, no nos conformemos con luces, regalos y cenas. Hagamos de ella un compromiso real: seamos más humildes, más solidarios, más responsables. Convirtámonos en protagonistas activos de los cambios que el mundo reclama. La esperanza nace en un pesebre, pero crece en nuestros corazones y acciones. Que esta fiesta nos impulse a ser mejores personas, a construir un mundo más justo y fraterno. Porque la Navidad no es solo recordar que Dios se hizo hombre; es aceptar el desafío de hacer un poco más divina nuestra humanidad.





