Columna escrita por Diego Palomo, académico de la Universidad de Talca.
Hoy no quiero escribirles sobre Justicia, leyes o política. Quiero ofrecerles una mirada personal de la vida, que puede servir a más de alguno.
En el universo de emprendimientos, de sueños y metas trazadas, emerge siempre un principio central, una verdad que se revela sin matices: más allá del resultado final, el esfuerzo desplegado es el verdadero motor del triunfo.
En el trajín de desafíos y logros, se levanta una realidad que resulta innegable: es en el camino recorrido donde yace el valor incalculable de lo que se emprende. Cada paso dado, cada desvelo sostenido, teje el entramado mismo del éxito.
No hay cima conquistada que no haya requerido el tesón y la dedicación de aquellos que se atrevieron a soñar en grande.
Detrás de cada triunfo, hay un océano de sacrificio, una tonelada de horas invertidas y obstáculos vencidos. Es en el esfuerzo cotidiano, en el trabajo incansable, donde se forja el espíritu necesario que trasciende las vicisitudes y prevalece en la adversidad.
El resultado final puede ser el trofeo codiciado, el testimonio palpable del éxito, pero es el viaje hacia él lo que verdaderamente importa. Recuerdo acá el poema Itaca, del griego Constantino Cavafis.
En el esfuerzo depositado y en la pasión que se despliega, se encuentra el verdadero valor de lo que se emprende.
Es en la resiliencia de aquellos que no se rinden ante los contratiempos, en su persistencia indomable, donde reside la grandeza de la conquista. Acá rindo un homenaje a mi padre Ivan Palomo González que hace una semana cumplió siete décadas y ha sido ejemplo vivo de lo que escribo.
Las páginas de la historia están plagadas de nombres que han dejado una huella imborrable en el tiempo. Visionarios y pioneros, artistas y científicos, líderes y emprendedores, y todos ellos compartieron una cualidad en común: entendieron que el resultado final es solo el epílogo de una narrativa escrita con tremendos esfuerzos, sacrificios, renuncias y dedicación.
Por cierto todo trasciende más allá de las metas alcanzadas, y debe inspirar a generaciones futuras a atreverse a soñar y a perseguir sus pasiones con determinación y voluntad de hierro.
Por tanto, recordemos siempre que en cada proyecto emprendido, en cada sueño, el resultado final es solo una estación en el camino.
Es en el esfuerzo constante, en la valentía y coraje de persistir y en la voluntad inquebrantable de superar obstáculos donde reside el auténtico logro.
Porque, al final del día, el verdadero triunfo se encuentra en el corazón y la determinación con la que nos enfrentamos a los desafíos, en la certeza de que el esfuerzo nunca se desperdicia, sino que se convierte en el fundamento mismo de nuestro crecimiento y desarrollo.
