Antonieta Muñoz Quilaqueo. Profesora en Educación Técnico Profesional – Universidad Austral de Chile.
Un ejercicio situado que articula acción inmediata y construcción crítica del conocimiento
La docencia en la Educación Técnico Profesional (ETP) demanda un liderazgo flexible, situado y adaptativo, capaz de responder a contextos pedagógicos diversos. En este ámbito, los docentes y profesores enfrentamos escenarios que, en determinados momentos, que nos exigen un rol directivo e incluso autoritario, particularmente en los talleres, donde la seguridad y la eficiencia en la ejecución de las tareas constituyen una condición ineludible. Aunque este estilo de conducción suele ser cuestionado por parte de la literatura pedagógica, su valor radica en comprenderlo como parte de una dualidad de liderazgo pedagógico que define la especificidad de nuestro quehacer profesional.
A diferencia de los docentes de plan común, cuyo trabajo se desarrolla principalmente en el aula, quienes ejercemos en la ETP transitamos de manera permanente entre dos espacios con lógicas disímiles: el taller y la sala de clases teórica. Esta particularidad obliga a ajustar constantemente las estrategias de conducción pedagógica, lo que refuerza la necesidad de concebir el liderazgo como una práctica contextualizada y dinámica.
El modelo de Hersey y Blanchard (CEEL) contribuye a explicar esta flexibilidad, al plantear que el liderazgo combina dos dimensiones: la orientación a la tarea y la orientación a la relación. En el taller, donde prima la acción inmediata, predomina el estilo autocrático, caracterizado por la comunicación clara, breve y precisa, imprescindible en un contexto donde se manipulan herramientas, maquinarias e insumos que demandan responsabilidad absoluta. Este tipo de conducción asegura no solo eficacia en la tarea, sino también resguardo de la integridad de los estudiantes.
En la sala de clases, en cambio, se privilegian los estilos integrado y relacionado, orientados a la construcción de saberes, la reflexión crítica y el debate académico. En este escenario, el docente se convierte en mediador del aprendizaje, promoviendo la autonomía intelectual, el diálogo colaborativo y el equilibrio entre el rigor académico y el vínculo pedagógico.
De este modo, la docencia en la ETP implica habitar una dualidad de liderazgo: en ciertos momentos es indispensable dirigir con firmeza, y en otros resulta necesario abrir espacios de participación y reflexión. Más que una contradicción, esta condición constituye una fortaleza profesional, vinculada al concepto de liderazgo situacional, entendido como la capacidad de ajustar el estilo de conducción en función de las características del grupo y del contexto educativo.
La formación docente en la ETP exige integrar la dimensión técnica con competencias pedagógicas que conviertan el saber experto en aprendizajes significativos. En este proceso, la pedagogía no sustituye, sino que complementa y enriquece la formación técnica, configurando un liderazgo plural que se expresa tanto en la acción inmediata como en la reflexión crítica. Reconocer esta dualidad constituye una oportunidad estratégica para proyectar el valor de la educación técnico profesional en su conjunto.