Antonieta Muñoz Quilaqueo, profesora en Educación Técnico Profesional – Universidad Austral de Chile.
Una política de justicia educativa que abre la puerta al aprendizaje y la equidad
En la escuela solemos hablar de aprendizajes, metodologías y resultados. Sin embargo, pocas veces reparamos en que la primera condición para que todo ello ocurra es mucho más básica: que los estudiantes no tengan hambre. El Programa de Alimentación Escolar (PAE) cumple un rol que va mucho más allá de entregar una bandeja con alimento. Se trata de una política pública silenciosa pero decisiva, que permite que miles de niños, niñas y adolescentes en Chile puedan aprender en condiciones de dignidad.
El PAE no es solo un servicio logístico. Es, en esencia, una acción pedagógica. Cada desayuno o almuerzo servido se transforma en un mensaje: todos los estudiantes importan por igual y nadie debe quedar excluido por razones de pobreza o desigualdad. Así, la alimentación se convierte en un acto de justicia educativa. Como profesores sabemos que el hambre en la sala de clases no solo impide la concentración, sino que instala una barrera invisible que afecta la motivación y la convivencia escolar.
La nutrición escolar es también una oportunidad para educar. En el comedor, las y los estudiantes aprenden a valorar la alimentación equilibrada, a respetar tiempos de servicio, a compartir un espacio comunitario. Se generan hábitos que van más allá de lo biológico: se transmiten valores de cuidado, respeto y pertenencia. El PAE, en este sentido, actúa como un currículum paralelo que enseña sin necesidad de pizarra ni cuadernos.
Detrás de cada bandeja o plato servido hay un trabajo silencioso de muchas manos. Las manipuladoras de alimentos, en su mayoría mujeres, cargan con la responsabilidad diaria de garantizar higiene, seguridad y calidez en las comidas. Son parte fundamental del engranaje educativo, aunque su aporte pocas veces es visibilizado o reconocido. Recordar que educar también es cuidar nos obliga a poner en valor su labor, como un eslabón imprescindible en la cadena que sostiene el aprendizaje.
Desde la mirada docente, el PAE invita a reflexionar sobre la integralidad del proceso educativo. Educar también implica velar por las condiciones que permiten aprender. Cuando un estudiante llega al aula después de recibir un desayuno nutritivo, la experiencia escolar cambia: hay más disposición, mayor atención y mejores oportunidades para desplegar sus capacidades.
Por eso, el PAE es una política que merece ser defendida y fortalecida. No como un gasto, sino como una inversión en capital humano, en salud preventiva y en equidad social. El futuro de muchos niños y niñas depende de que sigamos comprendiendo que nutrir es también educar. Porque la lección invisible del PAE es simple y profunda a la vez: alimentar a un estudiante es abrirle la puerta al aprendizaje, a la esperanza y a la construcción de un país más justo.