Maria Ester Muñoz S., Enfermera, Coordinadora alterna Área Salud integral de VITALIS Centro de Longevidad y académica de la Universidad de Talca.
Durante gran parte del siglo XX y aún entrado el XXI, el ideal de belleza ha estado dominado por una fórmula estrecha: juventud, delgadez, piel tersa y cuerpos ajustados a patrones uniformes. Desde las portadas de revistas hasta las redes sociales, se ha impuesto la idea de que la belleza responde a un molde, y que todo lo que queda fuera de él —las canas, las arrugas, los cuerpos diversos— debe ser corregido, disimulado o silenciado. Pero cada vez más voces, especialmente de mujeres y personas mayores, se levantan para decir: otro canon de belleza es posible.
Durante mucho tiempo, el envejecimiento se ha visto como una amenaza estética, impulsando una industria que asocia la belleza con juventud y perfección. Sin embargo, crece la valoración de mostrarse tal como se es, con las huellas del tiempo y la historia personal. Aceptar las canas o las arrugas no implica descuidarse, sino resignificar el autocuidado desde la autenticidad y la aceptación. La verdadera belleza surge entonces como una actitud coherente y reconciliada con el propio cuerpo y su proceso natural.
El envejecimiento visible desafía, además, los estereotipos culturales de productividad y deseo. Vivimos en sociedades que valoran la juventud como símbolo de dinamismo y éxito, mientras invisibilizan las etapas posteriores de la vida. Pero las personas mayores son cada vez más protagonistas: participan activamente en la vida pública, en el trabajo, en el arte, en el deporte, en la política. Mostrar sus rostros, sus cuerpos, sus arrugas, es también una forma de afirmar que siguen presentes, que tienen voz, deseo y poder de decisión.
La diversidad corporal amplía nuestra idea de belleza, incorporando distintas edades, formas, colores y capacidades. Las campañas inclusivas que muestran cuerpos reales son un avance, pero el cambio verdadero ocurrirá cuando esa representación deje de ser excepcional y pase a ser parte natural de la vida cotidiana.
Este cambio cultural requiere educación, medios de comunicación responsables y políticas públicas que promuevan la representación diversa. Los estereotipos de belleza afectan la autoestima y la salud mental, especialmente en niñas, adolescentes y personas mayores, quienes muchas veces sienten que no encajan en los estándares dominantes. Promover un nuevo canon más amplio y realista es también una forma de cuidar el bienestar emocional y social de las comunidades.
Quizás el mayor desafío esté en cambiar la mirada colectiva. Dejar de ver las arrugas como defectos y comenzar a verlas como huellas de experiencia. Dejar de asociar la madurez con pérdida, y reconocerla como plenitud. Las canas pueden ser símbolo de identidad, de autenticidad, de orgullo por los años vividos. La diversidad corporal puede recordarnos que la belleza, más que una forma, es una manera de estar en el mundo.
En la Región del Maule, este cambio de mirada sobre la belleza y el envejecimiento cobra especial relevancia. Se trata de una de las regiones con mayor proporción de personas mayores del país, donde el desafío no es solo demográfico, sino también cultural: avanzar hacia una valoración social que reconozca la vejez como una etapa activa, plena y estéticamente legítima. En este contexto, el Centro de Longevidad Vitalis de la Universidad de Talca, ha asumido un rol fundamental al promover investigaciones, espacios de diálogo y actividades intergeneracionales que visibilizan la diversidad corporal y etaria. Desde su labor académica y comunitaria, CL Vitalis contribuye a derribar estereotipos, impulsando una cultura del envejecimiento positivo y un nuevo paradigma de belleza que incluye las canas, las arrugas y las múltiples formas de habitar el cuerpo y la vida.



  
                                    

