Martes, Abril 30, 2024
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¿Hay que dejar que las instituciones funcionen…?

Alejandro Cárcamo Righetti, Licenciado en Ciencias Jurídicas, Abogado, Magíster en Derecho Constitucional y Derechos Humanos.

El Ex Presidente de la República, don Ricardo Lagos Escobar, popularizó la frase “hay que dejar que las instituciones funcionen”, la cual fue pronunciada en el contexto de una consulta planteada por la prensa frente a la acusación constitucional que en marzo de 2011 se formulaba en contra de la entonces Intendente Regional del Biobío, doña Jacqueline Van Rysselberghe.

Luego de ese episodio, diversas autoridades gubernamentales y personeros políticos de los más diversos sectores se apropiaron de la afirmación y comenzaron a utilizarla como si de un mantra se tratara.

Pero, ¿qué ocurre cuando las instituciones dejan de funcionar o demuestran que su funcionamiento es manifiestamente imperfecto? La afirmación deviene en una quimera, en una frase vacía de contenido, lo cual, en la actualidad y cada vez con mayor fuerza, comienza a ser peligrosamente percibido por la ciudadanía.

El escandaloso caso audios del abogado Luis Hermosilla; el bullado caso convenios; la increíble pérdida de material probatorio en manos del Ministerio Público en el caso luminarias del Alcalde Daniel Jadue; el vergonzoso caso de las reuniones privadas en la casa de Pablo Zalaquett; el cinematográfico robo de una caja fuerte y computadores desde el Ministerio de Desarrollo Social y Familia; el insólito allanamiento en la casa del Director General de la Policía de Investigaciones de Chile; el inaudito allanamiento a las dependencias del mismísimo Ministerio Público en la ciudad de Los Ángeles; el proceso penal seguido en contra del actual General Director de Carabineros; el polémico caso de los beneficios intrapenitenciarios concedidos por el Juez Daniel Urrutia; el triste secuestro y homicidio de Ronald Ojeda quien fuera refugiado político en Chile desde el año 2018; por mencionar solo algunos casos, han dejado al descubierto que la institucionalidad chilena está en una grave crisis. Una crisis que, al parecer, ninguna autoridad, desde la comodidad de sus posiciones de poder, vio venir.

Las Instituciones, de amplio tratamiento y análisis en la ciencia política, son producto de la creación del obrar humano colectivo, las que con carácter de permanencia, vienen a satisfacer necesidades ético-sociales. Así, se trata de meras abstracciones jurídicas, sin vida ni operatividad propia. Su funcionamiento, evolución y el cumplimiento de los fines que justifican su existencia, se materializa por medio de la acción de personas de carne y hueso.

Así, la degradación institucional que vivimos no es más que la descomposición de la sociedad chilena y, juntamente con ello, de quienes ocupan los puestos institucionales, los espacios de poder.

Si bien el desarme y deterioro de nuestra institucionalidad ha sido producto de un largo proceso e influenciado por numerosos y diversos factores, no es menos cierto que es, particularmente, en los últimos años, en que ello ha quedado descarnadamente al descubierto, lo cual es percibido con preocupación por la población.

En tiempos difíciles, con una crisis económica en desarrollo, con un problema de seguridad pública posiblemente nunca visto, con un deterioro manifiesto de la educación en todos sus niveles, con una inestabilidad mundial producto de conflictos bélicos en desarrollo, con una pérdida de confianza ciudadana en quienes son los llamados a liderar los cambios y, en definitiva, a enfrentar los numerosos desafíos del presente, la situación no parece de fácil solución.

Posiblemente tardemos años en salir del pantano, del oscuro foso en el cual nos encontramos sumergidos. Quizás nuestra situación actual se seguirá agudizando en los próximos meses y años. No obstante, la posibilidad de retomar la senda correcta se iniciará cuando cada uno de nosotros, como miembros integrantes de la sociedad chilena, sea capaz de corregir, primeramente, su propio rumbo. Cuando la familia vuelva a cumplir su rol social trascendente. Cuando comprendamos que valores como el esfuerzo, la probidad, la responsabilidad y la perseverancia, son centrales en nuestra formación. Y, luego de todo ello, cuando seamos capaces de ejecutar un recambio copando los espacios de poder institucionalizado con personas íntegras, preparadas y honestas.

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